Ficha El Puente de los Espías

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Críticas de El Puente de los Espías (1)


Mad Warrior

  • 11 Apr 2024

7



Finales de los “50, malos tiempos para ejercer de espía en los EE.UU., o para ser considerado un colaborador de la causa soviética. El pánico nuclear domina a toda una nación y a su gente, lleva a la desconfianza, la sospecha y al odio.
El sr. Spielberg se descuelga por el género del “thriller“ para contarnos una de tantas historias de esta época convulsa...

“Los actos descuidados causan las guerras“, decía Kevin Costner en “Trece Días“. O tal vez “Los pequeños actos“. Es curioso lo cierto de esta afirmación en el transcurso de la Historia. Si el escritor Matt Charman no se hubiera interesado en leer la biografía de John F. Kennedy quizás nunca habría conocido el nombre de James Britt Donovan. Si el padre del director, Arnold Spielberg, no hubiera pertenecido al grupo de norteamericanos que viajaron a la U.R.S.S. para ser canjeados por Francis Powers, derribado cuando sobrevolaba el país en avión-espía, quizás éste no hubiera sentido una verdadera conexión con la historia para aceptar el proyecto.
Y si, en un contexto más amplio, a un vendedor de periódicos de New York no se le hubiese caído y partido la moneda que ocultaba en su interior un microfilm, quizás nunca la habrían relacionado con el agente de la K.G.B. Reino Häyhänen, nunca habría sido detenido por la C.I.A., interrogado por el F.B.I. y caído tras su confesión el otro agente William Fisher (conocido como Rudolf Abel). Y entonces, ligado a esta cadena de acontecimientos, el sr. Donovan no habría sido llamado a defender a Fisher en un acto que era a todas luces un suicidio; pero, asimismo, no habría captado la atención de Kennedy ni sido asignado como negociador diplomático con Fidel Castro durante la crisis de los misiles soviéticos...

Y dicho esto, su nombre no habría entrado a formar de la Historia. Por suerte para algunos, y por desgracia para otros, todo esto sucedió y es lo que Charman recoge en su guión, después algo retocado por los hermanos Coen, y rápidamente adquirido por el director para una de esas superproducciones que tan bien sabe realizar. La música no la compuso John Williams dado su estado de salud, pero Thomas Newman cumple dignamente la responsabilidad y sus melodías aportan una evocadora sensación a las imágenes, que capturan la elegancia del cine clásico tanto a base de una gran sobriedad como de nerviosas secuencias filmadas cámara en mano, tipo Michael Mann.
La trama deja atrás todo lo referente a Häyhänen. ¿Un error? No hay por qué pensar en eso mientras se desarrolla el film, pero tampoco habría estado de más averiguar los hechos que llevaron a Fisher a su detención el 21 de Junio de 1.957. Aquí sólo conocemos su tapadera de artista convenientemente oculto en una sociedad estadounidense sometida a la Caza de Brujas del senador McCarthy y al incremento de armas atómicas como defensa contra la amenaza soviética por la administración Eisenhower. Y el estilo al que se acoge Spielberg es sobrio, “eastwoodiano“, pero captura la atmósfera de gran tensión en ese preciso momento de la Historia.

Hanks es Hanks, ya le conocemos, sabemos qué clase de personajes interpreta, es imposible no simpatizar con él, y su Donovan se construye sobre la honestidad y la auténtica justicia. Hay por ahí críticas furiosas escritas por seres muy inteligentes (no voy a dar sus nombres porque no son tiempos de Caza de Brujas, pero lo podría hacer) que atacan el excesivo patriotismo de la película, la adoración de Spielberg al sentido de la justicia norteamericana mientras, por otro lado, como ya veremos, alemanes y soviéticos son descritos de una manera bastante más despiadada.
Pero, ¿desde cuándo el director glorifica a los EE.UU.? ¿En qué momento y lugar? La prueba para revocar este tremendo error que ha cometido un gran sector del público está en Donovan; los señores del colegio de abogados que le piden defender a Fisher, nada menos que un extranjero ilegal acusado de espionaje, no lo hacen por humanidad ni mucho menos, sino para demostrar al enemigo que es más poderoso que él en cuanto a diplomacia. Punto. A esta especie de burócratas de las leyes no les interesaba la vida de un espía cuyos actos hacían temblar su maravillosamente cínico “american way of life“. A Donovan, para dolor de cabeza de éstos, sí.

En esto se reduce el discurso del guión: en la decisión de un hombre, que actúa siguiendo sus propias convicciones y será acosado por sus compatriotas (en las miradas de rencor y odio que les brindan los pasajeros a Donovan está la verdadera cara de Norteamérica; al final las miradas cambiarán cuando libere a Powers...).
Por eso es en Fisher (a quien da vida un magistral Mark Rylance), también aferrado a su palabra, en quien encuentra un semejante en esta guerra de política y decisiones. Los instantes en que éste y el personaje de Hanks comparten con tanta sinceridad sus emociones son los mejores de toda la película.

Pero este guión, que ni peca de tedioso ni de espeso gracias al humor que dejan los Coen en él, se da de bruces con un obstáculo: y es el pésimo recurso de la sobreexposición, lo que a su vez lleva a una torpe inexactitud histórica. ¿Por qué relatar en paralelo la lucha de Donovan y el entrenamiento de Powers como piloto del U-2? No se comprende muy bien el mostrar estas dos tramas separadas desarrollándose al mismo tiempo, pero cuando Donovan menciona al juez la idea de usar a Fisher como seguro si la U.R.S.S. capturase a un ciudadano ya entendemos la intención. Al ser Powers derribado sobre suelo soviético sabemos que no morirá, que sucederá exactamente lo que acaba de revelar el anterior.
Ni corto ni perezoso Spielberg dice al espectador a la cara qué es lo que va a suceder y después nos lo muestra con imágenes, algo típico de Christopher Nolan, y tal vez todo lo referente al entrenamiento debería eliminarse o por lo menos no contarse al mismo tiempo que la trama de Donovan. Tampoco resulta veraz porque Powers fue capturado en 1.960, cuando Fisher llevaba unos años cumpliendo condena, pero aquí parece que sólo pasaran unos días entre suceso y suceso; y resulta chocante el maltrato a Powers en comparación con la benevolencia de los norteamericanos con Fisher, pero una vez más: esto ocurrió debido a la persistencia de un solo hombre. Allí en la U.R.S.S. no hubo un igual de Donovan.

Y entonces llega la 2.ª parte de la historia y al mismo tiempo la segunda exposición. Ésta tendrá lugar en un Berlín a punto de ser dividido por el muro. Desligado de todo lo anterior se introduce el personaje de Fred Pryor (falsamente; este joven estudiante volvía de Dinamarca y entonces le detuvieron por un error en su pasaporte), quien pudiéramos suponer es el protagonista, pero nada más lejos; aparece después de revelarse que Powers es prisionero de los soviéticos, con lo cual ya sabemos que ahora hay dos norteamericanos cuyas vidas corren peligro, y Donovan, nombrado negociador, se verá contra las cuerdas ante esta elección.
En la situación de captura de Powers, Donovan primero nos lo decía (pero sin querer decirlo) y luego lo veíamos en pantalla. En la situación de Pryor, primero lo vemos en pantalla y luego se lo hace saber a Donovan (y al espectador) el agente de la C.I.A.. De un plumazo se erradica la intriga alrededor de estos acontecimientos, no queda la sensación de sorpresa, pero desde luego tal mala manera de presentarlo no ha podido venir de los Coen; aquí, en términos de ingenio narrativo, Spielberg patina, y con el peligro de caerse de cabeza. El suspense, entonces, empieza cuando vuelve a entrometerse el pobre protagonista...

La evolución del personaje de Hanks es proporcional a la lástima que sentimos por él: todo avanza en su contra, le acorralan en cada rincón, tanto soviéticos como alemanes, nadie se muestra realmente como es y las negociaciones y encuentros se convierten en un terrible guiñol de falsas identidades y máscaras que se niegan a caer.
Pero él continúa infatigable y aquí es cuando realmente se convierte en el reflejo de lo que era Fisher (olvidado a estas alturas): un hombre sin país, al margen de la sociedad, solo. Cuando Donovan negocia insiste en que no representa al Gobierno de EE.UU. (así que, de nuevo...¿dónde está el mensaje ultrapatriótico de Spielberg que tantos atacan?).

Y aunque el film cuenta con dos partes de enfoques diferentes (la 1.ª, un drama judicial; la 2.ª, un “thriller“ político de espías a la antigua usanza), nunca sacrifica el tono, el ritmo ni la sobriedad estética. El clímax, filmado sobre el puente donde sucedió el canje real con Powers, logra una tensión dramática difícil de describir, y la elegante, apagada, fotografía de Janusz Kaminski, contribuye mucho a ello. Si algo ha sabido siempre el director es transmitir emoción con sus imágenes y técnica visual.
Otro aspecto memorable es la química entre Hanks y Rylance; la relación de cordial amistad de sus personajes, quienes encuentran fuerzas para continuar el uno en el otro, resulta creíble y conmovedora. La película fue un exitazo de taquilla, y precisamente es lo que necesitaba este estilo de cine, de aroma clásico, para seguir preservándose y transmitiéndose en estos tristes tiempos de ruidosos “blockbusters“ donde sólo los efectos digitales es lo único que importa...



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